A los 100 años no se detiene. En su carrera de más de 70 años logró la vacuna contra la lepra y alcanzó la cura de la leishmaniasis. Su meta ahora es la continuar en la lucha para conseguir la cura del cáncer.
Apagado. Así debe permanecer el aire acondicionado en los espacios donde respira. El apartamento, el carro o el laboratorio. Las ventanas cumplen su función en cada lugar donde pisa. El aire sin condiciones le da tranquilidad a su cuerpo. A los 100 años las ganas de trabajar no pueden ser sacrificadas por una enfermedad. Y Jacinto Convit sabe de eso. Jacinto continúa trabajando, desde su apartamento, firmando los documentos del instituto y reuniéndose con los investigadores para conocer los avances de los trabajos.
La travesía de salvación de Convit comenzó con aires de Litoral. En Cabo Blanco, una localidad del ahora estado Vargas, el recién graduado médico cruzó el umbral de una leprosería para sellar su futuro. La soledad, el dolor y el desastre que sintió al ver los rostros de los 1.200 pacientes recluidos como los peores delincuentes, le colocó un reto en su carrera. “No sé qué era peor, si la enfermedad o las caras de aquellos seres, condenados. A la gente la cazaban en la calle por contagiarse de lepra”.
Fueron siete largos años los que tuvo que convivir con pacientes que sufrían de una segregación legalizada en la época y de una atención pobre, sin condiciones sanitarias, producto del desconocimiento sobre la enfermedad. La pasión por la medicina enlazada con el entusiasmo de la juventud, llevó a Convit a conformar un equipo de investigación integrado por seis venezolanos y dos italianos, a quienes se les uniría más tarde una pareja de polacos. Las manos de los investigadores trabajarían por una cura. “No se disponía de un medicamento efectivo para el tratamiento de la lepra. Se contaba únicamente con el aceite de Chaulmoogra, de muy dudosa eficacia. Nuestra actividad fundamental era encontrar un medicamento eficaz”.
Captura de pantalla 2013-10-04 a la(s) 5.40.01 p.m.La memoria de Jacinto Convit goza de muy buena salud. En su conversación no pierde detalles, recuerda las fechas, los escenarios y los personajes más importantes de su historia. Como el inolvidable rostro de uno de los enfermos después de ser curado. “Nunca voy a olvidar la cara de felicidad cuando salió de alta. Los pacientes muchas veces nos ven como los salvadores. Es algo increíble. En las leproserías había personas con más de 20 años recluidas”, revela.
Clausurados los recintos de segregación, los médicos se enfrentaron a la atención de unos 17 mil pacientes en todo el país. Los servicios médicos asistenciales fueron diseminados para llevar el tratamiento a todas las regiones. Convit fue nombrado Médico de los Servicios Antileprosos en Venezuela.
Ya en 1949 había uno o dos servicios de dermatología sanitaria en cada estado. Los logros llegan hasta la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que muestra interés por los avances nacionales y manda a su personal a entrenarse en Venezuela, con el galeno, que logró que los pacientes fueran tratados como cualquier otro enfermo. convit-fg-60-452x680
Esta insistencia para alcanzar su objetivo, quizás fue una de las razones que le llevaron a estar nominado en 1988 al Premio Nobel de Medicina por la vacuna de la lepra. Sus manos no recibieron este reconocimiento, pero sí una larga lista en la que destacan la medalla Salud para todos de la Organización Panamericana de la Salud y el Premio Príncipe de Asturias. Pese a su buena salud, la batalla contra los males propios de los años le ha mantenido alejado de las aulas de clase universitarias y han disminuido su ritmo de investigación. Jacinto Convit, sin embargo, no se detiene ni da tregua a su nueva pelea: encontrar la cura del cáncer.
Revista Libre in Buenas nuevas
La travesía de salvación de Convit comenzó con aires de Litoral. En Cabo Blanco, una localidad del ahora estado Vargas, el recién graduado médico cruzó el umbral de una leprosería para sellar su futuro. La soledad, el dolor y el desastre que sintió al ver los rostros de los 1.200 pacientes recluidos como los peores delincuentes, le colocó un reto en su carrera. “No sé qué era peor, si la enfermedad o las caras de aquellos seres, condenados. A la gente la cazaban en la calle por contagiarse de lepra”.
Fueron siete largos años los que tuvo que convivir con pacientes que sufrían de una segregación legalizada en la época y de una atención pobre, sin condiciones sanitarias, producto del desconocimiento sobre la enfermedad. La pasión por la medicina enlazada con el entusiasmo de la juventud, llevó a Convit a conformar un equipo de investigación integrado por seis venezolanos y dos italianos, a quienes se les uniría más tarde una pareja de polacos. Las manos de los investigadores trabajarían por una cura. “No se disponía de un medicamento efectivo para el tratamiento de la lepra. Se contaba únicamente con el aceite de Chaulmoogra, de muy dudosa eficacia. Nuestra actividad fundamental era encontrar un medicamento eficaz”.
Captura de pantalla 2013-10-04 a la(s) 5.40.01 p.m.La memoria de Jacinto Convit goza de muy buena salud. En su conversación no pierde detalles, recuerda las fechas, los escenarios y los personajes más importantes de su historia. Como el inolvidable rostro de uno de los enfermos después de ser curado. “Nunca voy a olvidar la cara de felicidad cuando salió de alta. Los pacientes muchas veces nos ven como los salvadores. Es algo increíble. En las leproserías había personas con más de 20 años recluidas”, revela.
Clausurados los recintos de segregación, los médicos se enfrentaron a la atención de unos 17 mil pacientes en todo el país. Los servicios médicos asistenciales fueron diseminados para llevar el tratamiento a todas las regiones. Convit fue nombrado Médico de los Servicios Antileprosos en Venezuela.
Ya en 1949 había uno o dos servicios de dermatología sanitaria en cada estado. Los logros llegan hasta la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que muestra interés por los avances nacionales y manda a su personal a entrenarse en Venezuela, con el galeno, que logró que los pacientes fueran tratados como cualquier otro enfermo. convit-fg-60-452x680
Esta insistencia para alcanzar su objetivo, quizás fue una de las razones que le llevaron a estar nominado en 1988 al Premio Nobel de Medicina por la vacuna de la lepra. Sus manos no recibieron este reconocimiento, pero sí una larga lista en la que destacan la medalla Salud para todos de la Organización Panamericana de la Salud y el Premio Príncipe de Asturias. Pese a su buena salud, la batalla contra los males propios de los años le ha mantenido alejado de las aulas de clase universitarias y han disminuido su ritmo de investigación. Jacinto Convit, sin embargo, no se detiene ni da tregua a su nueva pelea: encontrar la cura del cáncer.
Revista Libre in Buenas nuevas
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