Entrevista: Jacinto Convit
Por: Randolfo Blanco
La historia de Jacinto Convit inició un 11 de septiembre de 1913 en Caracas. Estudió hasta alcanzar en 1938 el título de Doctor en Ciencias Médicas. Justo ese año marcó el antes y después de este grandioso médico cuando entró como residente en la Leprosería de Cabo Blanco, experiencia que lo motivó a buscar la cura para la milenaria enfermedad de la lepra.
Sus recientes investigaciones para curar varios tipos de cáncer lo volvieron a colocar en el huracán de la opinión pública. El mundo y en especial los venezolanos querían saber que tan cierto era esta nueva noticia. Esto desató una avalancha de informaciones entre los que apoyan y se oponen al trabajo de este reconocido científico.
Su interés no es la fama ni el reconocimiento público por lo que recientemente muy poco ha accedido conceder entrevistas a los medios. Sin embargo, tras los continuos esfuerzos del equipo editorial finalmente logramos conversar vía telefónica con Convit, pues, para este descubridor lo más importante en el momento es dedicarse de lleno a su investigación y dejar un legado en el campo de la medicina que pueda favorecer a miles de personas en el mundo.
Aprender a hacerle el bien al que sufre, es darle una nueva oportunidad en la vida, y es esta premisa el más grande motor que mueve a Jacinto Convit. Recuerda como su cuerpo se estremeció el día que entró a Cabo Blanco y fue testigo de cómo aquellos contagiados con lepra habían perdido su derecho a ser tratados como seres humanos. “Las condiciones de la leprosería eran lamentables, estaba concebida para realizar el aislamiento compulsivo de enfermos provenientes de toda la geografía”
Esta experiencia marcó en adelante su labor. Desde ese momento el recién graduado médico y otros ocho estudiantes unieron esfuerzos para buscar una cura contra esta enfermedad. Finalmente el trabajo dio frutos cuando las prácticas realizadas hasta entonces, sirvieron como base para el desarrollo de la Poliquimioterapia de la lepra, tratamiento que todavía difunde la Organización Mundial de la Salud en todos los países endémicos.
Sin embargo, el mayor orgullo de Convit no es la vacuna sino haber logrado que se eliminaran las leproserías y que cambiara con esto, el trato al enfermo que hasta el momento había sido aislado y menospreciado. Venezuela fue la primera nación en el mundo en mostrar que la dignidad del ser humano enfermo de lepra debe ser preservada. “Mi motivación siempre ha sido hacer el bien a los semejantes, es lo que persigo, no persigo dinero”.
Asegura que de sus 97 años ha dedicado gran parte a estudiar. “Estamos haciendo el bien a las personas, y todavía falta mucho por investigar y estudiar”. Por ello no en vano ha logrado significativos avances para curar dos de las más importantes enfermedades que hicieron su aparición hace milenios y que han mantenido a la humanidad en estado de agonía.
A la cura contra la lepra le siguió un tratamiento muy efectivo contra la Leishmaniasis y en los últimos 4 años se encuentra desarrollando una inmunoterapia contra el cáncer de mamas, colon, cerebro y estómago. El tratamiento contra estos cuatro tipos de cáncer está en su etapa experimental, pero ha mostrado resultados muy esperanzadores.
“No es una vacuna ya que se aplica a los pacientes que ya tienen la enfermedad, es un tratamiento que utiliza las mismas células tumorales del paciente para hacer una inmunoterapia personalizada, es decir que la autovacuna es diferente para cada paciente”.
¿Qué piensa de la formación universitaria?
Hay que modificarla de base. El estudiante debe aprender mucho de las cosas prácticas. Llama la atención como se dejan escapar muchas oportunidades, en especial la forma en cómo se debe tratar al enfermo, al paciente.
¿Y de la forma de impartir la formación en Venezuela?
Se ha mezclado mucho la politiquería en las universidades, hay gente de gobierno, de partidos políticos. La politiquería le ha hecho mucho daño a las universidades, está presente en casi todas las dependencias, no es aceptable que la Universidad sea campo de acción de partidos políticos. Eso hay que detenerlo, es muy importante que la universidad se dé cuenta de lo que está pasando.
¿Los actuales profesionales tienen ese sentido Humanista o se guían más por la necesidad de ganar dinero?
Hay muchos médicos que se han dejado llevar por sus propios intereses y los de las casas proveedoras, eso deteriora mucho al profesional.
¿Son necesarios los estudios, o la vida puedeenseñar más que los estudios?
Para mi es indiscutible, lo fundamental son los estudios. Hay cosas que se deben conseguir en la calle, hay conocimientos y experiencias personales o grupales que sólo se pueden aprender en la calle, pero el estudio te da la oportunidad del análisis, del desarrollo, lo contrario sería una vida mediocre, sin mayor importancia.
¿Qué consejo les daría a los jóvenes que prefieren trabajar a estudiar?
Están perdiendo la mejor oportunidad de su vida que es aprender. Trabajar sólo para conseguir dinero es vivir sin un verdadero objetivo.
El doctor Jacinto Covit ha ganado el cariño de sus pacientes y el respeto de la comunidad internacional. Ha recibido una gran cantidad de premios y reconocimientos entre los cuales está el premio Príncipe de Asturias en 1987, premio José Gregorio Hernández otorgado por la Academia Nacional de Medicina en 1988, los premios “Doctor Abrahan Horwitz” y “Alfred Soper” ambos otorgados por la Fundación Panamericana para la Salud y Educación en 1989 y 1991, Orden del Libertador entregada por el Ministerio de Relaciones Interiores en 1993, premio “Héroe de la Salud Pública de las Américas” concedido por la Organización Panamericana de la Salud en 2002.
En 1988 fue postulado para el premio Nobel de Medicina por sus estudios en contra de la lepra. Para este humilde investigador, Venezuela tiene la posibilidad de alcanzar muchísimos otros reconocimientos y premios internacionales pero el más grande de todos es conseguir hacer el bien al que sufre, filosofía de vida que lo ha motivado a lograr con ciencia lo que sólo había sido posible en los milagros de las citas bíblicas. Esta desinteresada vocación hacia su profesión y sus pacientes, con la que ha alcanzado ya casi un siglo de vida, posiblemente lo ubique en un futuro como el científico humanista que logró frenar una de las enfermedades más atroces que ha sufrido la humanidad: el cáncer.
Tiene 97años y lejos de pensar en descansar, este hombre, cuyo nombre se ha hecho popular en pocas semanas revolucionando el acontecer médico del país y extendiéndose a todos los campos como tema ineludible de conversación, asegura con voz sigilosa pero contundente que aún tiene mucho camino por recorrer.
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