viernes, 6 de julio de 2012

Jacinto Convit: Un ejemplo de 98 años de paz escrito


por Briggileet Loaiza



Proyección Mundial


Es amplia la carrera y proyección de la obra de Convit a nivel internacional. El instituto de Bio-Medicina recibe becarios enviados por la OMS/OPS provenientes de América, África y Asia. En 1971 Convit es nombrado por la OMS Director del Centro Cooperativo para el estudio Histológico y Clasificación de la Lepra, dirección que continúa desempeñando.
En 1968 es nombrado Presidente de la Asociación Internacional de la Lepra (ILA) y reelecto en 1973. En 1968 fue designado Presidente de la International Journal of Leprosy Corporation. En 1976 fue electo Director del Centro Panamericano de Investigación y Adiestramiento en Lepra y Enfermedades Tropicales.
Convit ha recibido múltiples homenajes por parte de estudiantes de educación media, quienes lo han designado padrino de sus promociones. También varias promociones de médicos egresados de diferentes universidades nacionales llevan su nombre.
Ha recibido el Premio "Ciencia y Tecnología 1990", otorgado por la República de México, el Premio Español "Príncipe de Asturias", el Premio "José Gregorio Hernández" de la Academia Nacional de Medicina y el "Abraham Horwitz" de la Organización Panamericana de la Salud, así como varios títulos Honoris Causa, tanto de academias nacionales como internacionales.
La Sociedad Venezolana de Microbiología le concede el Premio "Luis Daniel Beauperthuy" el día 6 de noviembre de 1972, por sus grandes aportes a la ciencia universal. El 21 de febrero de 1991 recibe un merecido homenaje por parte del Congreso Nacional de Venezuela. Ha sido nominado para el Premio Nobel; pero más de una vez ha mencionado que su único sueño es ver la lepra erradicada de la faz de la tierra.
La obra de Convit es producto de un equipo humano de gran talla intelectual. No se cansa de hacer esta aclaratoria. El supo reconocer desde su juventud que el éxito se logra con el trabajo en equipo.
La Humanidad está en deuda con Jacinto Convit, infatigable trabajador, quien ha dedicado su vida al servicio de la Medicina humana iii.





Mirada al Delta del Orinoco






El instituto de Biomedicina y por dirección de Jacinto Convit se lleva a cabo un programa de sanidad a la población Warao en el Delta del Orinoco, Edo. Delta Amacuro dónde centenares de pobladores se ven afectados por tuberculosis, cuadros diarreicos y otras enfermedades debido a la contaminación del agua de consumo. El investigador hizo contacto con misioneros que viven dentro de la comunidad para que un grupo de médicos, expertos en agua, ingenieros y arquitectos especialistas en medios de energía alternativa ayudaran a mejorar el estilo de supervivencia de los habitantes de la comunidad Warao.
El Dr. Convit propuso la creación de un centro de enseñanza educativa para minimizar los grandes problemas de contaminación que afecta a esta etnia importante de Venezuela. Esta institución está estrechamente ligada a otras actividades tanto de salud como formación de la nueva generación de líderes de comunas warao, que comprendan más los problemas que se han ido penetrando en sus comunidades por el mundo modernizado, a fin de garantizar su supervivencia a futuro, primero como seres humanos y segundo como etnia milenaria, que ha sobrevivido desde aproximadamente 17.000 años iv.



Héroe de la paz



A Jacinto Convit, como dermatólogo, sanitarista, docente e investigador, le corresponde un sitio difícil de superar. Su obra es el producto de un gran esfuerzo y de una gran pasión por la verdad científica.
Los avances médicos sirvieron de base para el programa de Poliquimioterapia de la Lepra, difundido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en todos los países endémicos, suministrándose sin costo alguno los medicamentos para tratar a todos los enfermos existentes. Este programa funciona actualmente v.
Numerosos investigadores de los 5 continentes se han aprovechado de sus investigaciones sobre medicina tropical para alcanzar la cura a los problemas de salubridad.
Jacinto Convit en Julio 2007, publicó una carta titulada Mí querida Venezuela, en la cual redacta su amor el país que lo formó. En ella narra su pasión por la ciencia como arte humanitario:
…Lo mejor que tienes (Venezuela) son tus hijos, particularmente las nuevas generaciones. De ellas queremos ocuparnos con lo mejor que hemos aprendido: nuestro amor por la ciencia. Tenemos el empeño de acercar la cultura científica a las nuevas generaciones a través de documentales que favorezcan su interés por la vida, por la investigación, la solidaridad con el prójimo, el desarrollo de un espíritu curioso y crítico… Deseamos que la valoración que se tenga de tus mejores centros de saben tus universidades autónomas, sea una cultura cultivada desde tus escuelas. vi
Lo sorprendente de este hombre es que aun con sus 98 años de edad está en plenas facultades mentales y aun sigue con su amor por la nación y se siente identificado con el dolor del prójimo que lo ha llevado a afirmar: “para que he de jubilarme, cuando muera descansaré bastante”. Esta misma convicción ha sido su fuerza, su medicina, su juventud.
Hay una frase de un predicador protestante estadounidense que lo describe perfectamente: “De hoy a cien años a quien le importará el éxito que hayas tenido o la comodidad con que hayas vivido, lo que va a importar es en que invertimos nuestra vida”, y este hombre ha hecho que la suya y la de millones de enfermos valga la pena.

domingo, 1 de julio de 2012

PERFIL: Jacinto Convit, humanidad vuelta ciencia


sábado 30 de junio de 2012 09:32 AM
Maidolis Ramones Servet / Maracaibo




“¡Quítenle las cadenas porque ése es un ser humano!”, gritó un médico residente a dos funcionarios de seguridad armados que traían, en contra de su voluntad, a un paciente a la Leprosería de Cabo Blanco, ubicada en Maiquetía, estado Vargas.




Corría el año 1938 y el médico era Jacinto Convit quien, con apenas 24 años iniciaba una cruzada contra la lepra que, por amor al enfermo, no abandonaría nunca, ni incluso hoy, a sus 98 años de vida.
“Los enfermos eran aislados a la fuerza, legalmente, pero a la fuerza. Era lo que se llamaba aislamiento compulsorio, donde el paciente e inclusive los familiares sufrían la presión de las autoridades sanitarias”, recuerda el médico venezolano, reconocido mundialmente por haber encontrado, en 1987, la vacuna contra la lepra, una enfermedad históricamente incurable, mutilante, vergonzosa y estigmatizada, desde al menos dos mil años antes de Cristo.

“Cuando el hombre tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, o erupción, o mancha blanca, y hubiere en la piel de su cuerpo como llaga de lepra, será traído a Aarón el sacerdote o a uno de sus hijos los sacerdotes. Y el sacerdote mirará la llaga en la piel del cuerpo; si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciere la llaga más profunda que la piel de la carne, llaga de lepra es; y el sacerdote le reconocerá, y le declarará inmundo”, se señala en La Biblia (Levítico 13, 1-2).

Para Jacinto, más allá de ser premiado por la Organización Panamericana de la Salud, estar en la lista de los hombres más valioso de la Organización Mundial de la Salud, ser premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica (1987) y tener una nominación al Premio Nobel de Medicina (1988), su mayor logro con sus investigaciones y vacuna es haberle devuelto los derechos humanos a los pacientes con lepra.

“Nunca ha trabajado para ser famoso o reconocido, mucho menos rico. Su trabajo incansable y apasionado ha sido por amor a la humanidad. No es un científico que inspire miedo o distancia. Su presencia es sinónimo de respeto, paz y dedicación”, describió Ignacio Moreno, psicólogo social, quien trabaja directamente con Convit en la producción de herramientas comunicacionales para la difusión de avances científicos.

Jacinto Convit García nació el 11 de septiembre de 1913, en la populosa parroquia La Pastora, de Caracas, fue uno de los cuatro hijos de un español de origen catalán nacionalizado venezolano, Francisco Convit y Martí, y de madre venezolana Flora García Marrero, de origen canario. Se trataba de una familia consolidada, si se quiere pudiente y de consagrados valores, que se vio enfrentada a una sorpresiva crisis económica.

“El papá de mi abuelo perdió la mayor cantidad de su dinero en una especie de fraude o negocio familiar. Fue robado o engañado por otro miembro de la familia. Mi abuelo me cuenta que hubo una época en la que se prestaba los zapatos con los hermanos para poder ir al colegio”, contó su nieta, Ana Federica Convit, a quien con cariño todos llaman “Kika”.

Los ojos, azules y de mirada penetrante de Convit, hubieran preferido quedar ciegos antes de mirar con asco o desprecio a un paciente con lepra o con cual otro tipo de enfermedad.

“De niño, me cuenta que lloraba cuándo veía a un enfermo. Poseía una especie de don para sentir lo que el paciente estaba sufriendo y lloraba, lloraba mucho. Creo que colaborar con acabar con el sufrimiento de la humanidad fue lo que lo llevó a ser médico”, afirma Kika.

Es tal su sensibilidad que después de más de 70 años de ejercicio profesional inagotable, ve a un paciente con la misma sensibilidad con que hizo una revisión médica la primera vez: “Los trata con un respeto y una delicadeza increíbles. Otro en su lugar y con tanta trayectoria pudiera pensar que se trata de un enfermo más, pero no, cada paciente para él es único”, reafirmó Ignacio Moreno.

En La Pastora de principio del siglo XX, Jacinto era un niño más. Confiesa que sus juegos favoritos era el trompo de madera y la perinola. Quienes más influyeron en su vida fueron sus padres, extremadamente dedicados al hogar, y su tía Teté, Enriqueta Callejas, quien vivía con la familia y de quien Convit ha expresado melancólico que “era un ser de esos que forman parte de la historia que pasó y no se volverá a repetir”.

Creció en un ambiente cálido y conservador, cuya familia era asidua a acudir a la misa los domingos.
“Era una iglesia bella... la iglesia de La Pastora. Yo aprendí a leer en una escuelita que dirigía una señora de apellido Betancourt. Después entré al colegio San Pablo, que era una institución familiar comandada por los hermanos cumaneses Martínez Centeno, descendientes del Mariscal Sucre. Allí cursé toda la primaria. Y entonces pasé al liceo (Andrés Bello de Caracas), donde me dio clases Don Rómulo Gallegos. Poca gente sabe que él era profesor de Matemáticas, una materia que conocía muy a fondo. Le saqué 20 puntos. Gallegos no pudo seguir en el liceo porque lo expulsaron del país: eran los tiempos de Gómez”, relató Convit, durante una entrevista.

En una biografía titulada “Convit: un médico en la calle”, el escritor Vicglamar Torres, cita la admiración del científico por un hecho natural tan impactante que toca lo mágico: miles de mariposas bajaban de la montaña hacia las calles de La Pastora. “¡Eso sí era una belleza. Era la vida y punto! Nosotros las cazábamos con unas mallitas improvisadas. Con los años, leí a García Márquez. Cien años de soledad estaba cogiendo fama. Cuando leí lo de las flores amarillas, dije: ¡Hum!, éste como que vivió en La Pastora!”.

Pese a las precariedades, Jacinto logró inscribirse en la Universidad Central de Venezuela (UCV), el 19 de septiembre de 1932, recién cumplidos los 19 años.

“El rector era (el médico venezolano) Plácido Rodríguez Rivera, nombrado por Juan Vicente Gómez. Fue nombrado por un dictador y era un hombre sólido, fuerte de carácter, muy educado, pero nada de injusticias y cosas de la dictadura”, relata Convit.

El día de las inscripciones en la universidad, Jacinto iba junto a un grupo de alumnos nuevos por las escaleras, rumbo al segundo piso del edificio, donde se realizaba el papeleo. “Ésta es una casa de estudios y de respeto”, les dijo Rodríguez Rivero. “Entonces la cosa era como que importante para aquella época. No sabíamos que era el rector, pero estaba allí parado al final de la escalera”, describe.
Pasado el segundo año lo trasladaron al Hospital José María Vargas para hacer estudios químicos, anatomía topográfica y autopsias.

Cada día su afán de estudio aumentaba. Después del cuarto año se le asignó a él y a su grupo de compañeros el cuidado de los enfermos del hospital.

Era un hombre de contextura gruesa y rasgos atractivos que, en 1937, cautivó la mirada de una enfermera llamada Rafaela Marotta D'Onofrio , quien flechó su corazón por siempre y para siempre. “Mi abuela, era una joven muy bonita. Con una silueta bien formada y un pelo negro muy cuidado. Ella le regaló una foto cuando él se internó en la leprosería para que siempre, a pesar de la distancia, recordara lo linda que era”, relata Kika.

Siendo estudiante de medicina, Convit hizo una visita a la Leprosería de Cabo Blanco y quedó impresionado. “Fue una visión profundamente dolorosa. Era un grupo muy grande de pacientes. No tenían tratamiento y estaban execrados, rechazados por una sociedad profundamente egoísta, incapaz de entender el dolor humano. Entonces, en esa oportunidad sentí un gran deseo por trabajar con esa gente, de ver qué se podía hacer por ellos y me decidí a a trabajar en los aspectos médicos de esa enfermedad”, describió Convit, durante el programa Los Imposibles, del escritor venezolano Leonardo Padrón.

Josefina Fernández, de 88 años y una de las pacientes de Jacinto Convit en el leprocomio, confirma la tragedia social, y sanitaria de la lepra: “Llegué a Cabo Blanco de 8 años. La gente joven no se imagina lo que es un flagelo así, que hasta tu familia te reniegue y te encierren. El doctor buscó curarnos de todas las formas posibles. Nos alivió el cuerpo y el corazón”.

La imagen de ese lugar de enclaustramiento y destierro social quedó plasmada en la memoria de Convit. “Eran seres condenados a un aislamiento impuesto por la ley, separados de sus familias, y que tenían que adquirir una nueva personalidad: la del enfermo de lepra”, contó.



Un año después, ya a punto de graduarse, los médicos Martín Vegas y Pedro Luis Castellanos le ofrecieron el cargo de médico residente de la leprosería. Para cualquiera hubiera sido un castigo, para Convit, un sueño hecho realidad.

El sueldo, lo de menos para Jacinto, era de 1.500 bolívares mensuales. Sin pensarlo dos veces lo aceptó y una vez adentro no paró de trabajar. Conviviendo con los enfermos, compartiendo su dolor y luchando por conseguir la cura de la enfermedad que los aquejaba. Durante 15 años, se aisló como un paciente de lepra más.

“Él es un hombre ajeno a los problemas. No le gusta que nadie le llegue con conflictos. Pide y trabaja soluciones”, expresó Elsa Rada, bióloga inmunoparasitóloga, quien trabaja en investigaciones con Convit desde hace 32 años.

La leprosería era una inmensa casona, hecha en 1906, durante el gobierno de Cipriano Castro, albergaba a 1.200 pacientes recluidos.

Jacinto cuenta, con la voz ronca y pausada que lo caracteriza, que los pacientes eran literalmente capturados donde vivían y trasladados allí. “Los que venían de zonas distantes eran traídos en barco y los de zonas más cercanas, en camión”.

El médico recuerda que la gente era “capturada” solo por sospechar que padecían la enfermedad. “Se tapaban los espejos, como si el reflejo del mal fuese a contaminar hasta las sombras”.

El paciente por el que Convit gritó a los funcionario de seguridad sanitaria venía de Maturín. “Eran como las tres o cuatro de la mañana. Llegó encadenado y acompañado de dos hombres armados. Yo me ofusqué. Los dos hombres me obedecieron y lo soltaron. El paciente estuvo relativamente poco tiempo. Como a los cuatro meses, se fugó de la leprosería. Era un ambiente inaguantable”, reafirma el científico.

“Había gente extraordinaria, pero contagiada. Más que una medicina, a veces necesitaban una conversación. A veces regañaba hasta al cura, porque se le pasaba la mano. Recuerdo que le decía: ‘ellos también son feligreses”, relató.

La lepra se trataba con aceite de chaulmoogra y se aliviaba el dolor con derivados de morfina. El aceite lo refinaba un danés, Jorge Jorgesën, químico experto que había participado en la guerra mundial. Pero el enfermo no se curaba, debía encontrar un tratamiento más eficaz.

En 1945 fue a Brasil, donde intercambió información con los estudiosos de la materia en el vecino país. Allí encontró 22.000 enfermos de lepra, también con múltiples problemas.

A su regreso fue nombrado médico director de las leproserías nacionales, cargo que desempeñó hasta 1946. Ese mismo año fue designado médico director de los Servicios Antileprosos Nacionales, y desde julio de 1946, médico jefe de la División de Lepra; correspondiéndole por tanto organizar toda la red nacional de lucha contra la lepra.

“Después de mi viaje a Brasil, llegué a la conclusión de que era necesario cerrar las leproserías como procedimiento de lucha contra la enfermedad”, afirma.

“Me acerqué a la Universidad Central y hablé con un grupo de estudiantes, jóvenes que estaban cursando cuarto y quinto año de medicina, y los engatucé. Les dije que juntos podíamos hacer un trabajo muy importante como era eliminar la hospitalización compulsoria. Catequicé a ocho o nueve estudiantes que trabajaron conmigo en la leprosería durante largo tiempo”, recuerda el médico.

Un alivio para el alma, en medio de tanta lucha apasionada era Rafaela. Luego de 10 años de amores, el 1 de febrero de 1947 se unió en matrimonio con ella para formar una pareja sólida, que pudo contar más de 60 años de compartires. De la unión nacieron cuatro hijos: Francisco (1948), Oscar (1949), Antonio y Rafael (1952), quienes son gemelos.

En el libro Testimonios de Éxitos, de María Jesús De Alessandro Bello, Jacinto describió a Rafaela como “una persona de carácter y organizada en su casa en una forma especial. Le enseñamos a los muchachos cómo se debían comportar, cómo debían trabajar y la respuesta que han dado ha sido satisfactoria”, explicó.
La leprosería cambió lentamente desde que Convit dio en ella su primer paso. Día a día, acto tras acto, ya no era un edificio oscuro donde el paciente era un ser apartado. Los enfermos se convirtieron en parte del personal de trabajo. Jacinto Convit les tendió la mano de igual a igual. Se hizo su amigo. Conformaron un equipo. Se sentían útiles trabajando en pro de una causa: acabar con la enfermedad.
“Cuando cumplí 13 años, Convit ingresó de pasante. Lo recuerdo alto, buenmozo y de grandes ojos azules. Crecí oyendo sus charlas, viendo sus investigaciones, pero nunca pensé que me curaría”, confiesa Josefina Fernández.

Pero Jacinto demostró que sí había cura. Había conformado un equipo multidisciplinario con los mismos pacientes, los ocho estudiantes de medicina, una farmacéutica de nombre Elena Blumenfeld y una laboratorista de origen argentino, que había llegado a Cabo Blanco durante una visita que efectuó el “Che” Guevara con el objeto de ver la leprosería.

“Hablé muy poco con el “Che” Guevara porque apenas pasó una noche en Cabo Blanco: al día siguiente se iba, creo, a Bolivia. (el bioquímico, amigo del Ché, Alberto) Granado se quedó un año y se fue después a Cuba”, explicó.

El doctor Antonio Wasilkouski, un farmacólogo polaco, montó un pequeño laboratorio para producir medicamentos.

“Los estudiantes nos ayudaron para organizar la forma cómo debíamos transformar a Cabo Blanco, primero en un centro de tratamiento al enfermo de lepra, no en un centro de esos de discusión de si debían o no casarse, nada de eso. Lo que íbamos a hacer era organizar a Cabo Blanco como un centro de tratamiento y curación de la enfermedad”, afirmó.

“Hicimos contacto con otros países como Brasil, Filipinas e Inglaterra, que tenía muchas colonias donde habían leproserías. Se determinó que la Diamino-Difenil-Sulfona (el llamado DDS, que era activo contra las microbacterias) era un medicamento básico importante para la curación. Posteriormente agregamos otra droga que era la clofazimina. Con esos dos medicamentos, tratamos a 500 pacientes de la leprosería y en un plazo de dos años, se curaban. Fue una verdadera revolución”, describió el científico de una memoria inagotable y sorprendentemente lúcida.

Convit, que al hablar de sus investigaciones siempre lo hace un plural, aclarando que todo los estudios en su vida han sido producto de un trabajo en equipo, presentó al Gobierno un nuevo plano de cómo debería realizarse el control de la enfermedad.

“Ese nuevo plan, era principalmente tratar a los enfermos en las áreas donde vivían para no separarlos de la familia y evitar esa tragedia que era trasladar a una persona a la fuerza a un hospital abandonando a su familia”, describió.




Con resultados en mano y un placer casi divino, el equipo de Convit se dirigió a las autoridades del, entonces, Ministerio de Sanidad para decirles: “Miren, se está cometiendo un error grave al aislar compulsoriamente a estas personas. Separarlos de sus seres queridos crea una gran tragedia en los grupos familiares y nosotros encontramos una solución”.

La consecuencia inminente de este importante descubrimiento fue el cierre de los dos leprocomios nacionales: la de Cabo Blanco y la de Providencia (Zulia), que albergaban dos mil enfermos. Venezuela fue el primer país en el mundo en cerrar las leproserías, que pasaron a ser, a mediados de los 60, servicios antileprosos nacionales.

El procedimiento ideado por los venezolanos fue la base para desarrollar el tratamiento de lepra en todos los países endémicos.

La pasión de Jacinto era compartida por su esposa Rafaela, una compañera fiel, abnegada y a quien consideraba “cariñosa, madre abnegada y apasionada. Un modelo de mujer que ya no hay”. Con ella también enfrentó un terrible momento de dolor. A los 28 años, su hijo Oscar Miguel, economista administrador graduado en Houston University, falleció en un accidente de tránsito.

“El primer impacto fue tremendo. Me causó un dolor profundo. La mamá estaba muy afectada”, señala Jacinto Convit, quien tuvo que tomar valor y mostrar una actitud serena para guiar a la familia a sobrellevar el dolor inconsolable de una muerte tan pronta, cercana, inesperada y trágica.

Ignacio Moreno considera que este fallecimiento, ocurrido a finales de la década de los 70, impulsó más a Convit a concentrarse en el microscopio, a distraer el dolor con la búsqueda de soluciones para mejorar la vida.

Sus otros tres hijos también han desarrollado el ejemplo trabajador de Jacinto: Antonio es psiquiatra y Rafael es cirujano plástico, ambos viven en Estados Unidos, donde trabajan en el Manhattan Psychiatric Center, y en el Washington Hospital de la Universidad de Washington, respectivamente. Francisco, el padre de Kika, es el único que vive en el país y se ha dedicado al comercio y a una finca donde cría caballos.

Jacinto fue impulsando la importancia de la investigación científica hasta lograr la creación del Instituto de Biomedicina, ubicado en Vargas, el 22 de octubre de 1984. Se trata del anterior Instituto Nacional de Dermatología, que desde siempre ha dirigido Convit.

Cuando se visita el apartamento del doctor Convit o su oficina, en medio de una sorprendente sencillez y los libros de ciencia, llama la atención una figura repetida de mil maneras, materiales y formas: ¡un cachicamo!

También llamado armadillo, el cachicamo es considerado el único animal capaz de infectarse con el microbacterium leprae, bacteria que provoca la lepra.

Los cachicamos decorativos en madera, arcilla y piedra vienen de las manos de amigos y pacientes que viajan y no pueden evitar relacionarlo con Convit, estudiando los aspectos relacionados a la lucha antileprosa.

El descubrimiento de la importancia de este animal en la investigación fue aporte de la científica norteamericana Elenora Stors, quien descubrió la lepra en un tipo de armadillo en EE UU.
Convit inoculó el bacilo de la lepra en estos animales y obtuvo el Mycobacterium Leprae, que mezclado con la BCG (vacuna de la tuberculosis), produjo lo increíble: la vacuna.

“La vacuna impulsada por el doctor no solo era curativa. También preventiva. Fue el fin de un estigma milenario. Un aporte indescriptible para la sociedad y los pacientes con lepra de todo el mundo”, expresa con una admiración fraternal Elsa Rada, quien guarda, como tesoro, todas las indicaciones que el doctor Convit le enviaba, entonces, en noticas de papel escritas a manos.

Posterior al descubrimiento de la lepra, el hombre, que jamás ha ejercido la medicina privada porque la considera contraria a su carácter, se dedicó a atacar la leishmaniasis, enfermedad zoonótica, cuyas manifestaciones clínicas van desde úlceras cutáneas que cicatrizan espontáneamente, hasta formas fatales con inflamación severa de hígado y bazo.

“Desarrollamos una vacuna compuesta con el parásito de la leishmaniasis, que es la leishmania, con el BCG. El tratamiento se hacía, entonces, con los antimonales pentavalentes, que son medicamentos muy caros. Preparamos esa vacuna y le economizamos al país dos millones de dólares por año”, dijo Convit.

Nunca ha dejado de trabajar. Así de simple lo resumen sus compañeros, amigos y colaboradores.
“Cuando yo llegué aquí, el doctor Convit tenía 77 años. Me advirtieron que me prepara porque trabajaba mucho, sobre todo, trabajo de campo. Yo, sinceramente, vi que era un señor mayor y me dije: ‘¿Será que dará la batalla?’. Pero no solo la daba. Era una energía y una vitalidad increíbles. Era el primero que se montaba en el carro. Nos íbamos a las zonas rurales a hacer chequeo de los pacientes. Visitábamos muchos. Nosotros nos alegrábamos cuando la señora Rafaela nos acompañaba porque ella era la única que se atrevía a regañarlo: ‘Pero Jacinto, ¿tú no piensas dejar denscansar a los médicos?’, le decía”, rememora Héctor De Lima, biólogo que trabaja en leishmaniasis en el área de epidemiología e investigación.

Lo que más sorprende a Héctor es la capacidad de entendimiento de Convit. “Siempre hacemos planes a largo plazo. Hace cuatro años hicimos un plan para dentro de 10 años. Tiene toda la carga administrativa del instituto, los compromisos laborales y además está pendiente de todas las investigaciones que se realizan. Puede estar hablando contigo y firmar un papel para otra cosa y luego atender otra persona que le hablará de otro tema totalmente distinto. A pesar de sus años, nunca se ha pensado en sustituirlo y creo que alguien que lo sustituya como tal no lo habrá”.

El espíritu inagotable, que lleva a cuesta un cuerpo que nunca ha saboreado una calada de cigarrillo, ni tomado una como de alcohol; causó un revuelo social y médico en 2010, cuando una investigación que había iniciado cuatro años atrás se dejó colar a los medios de comunicación: Convit trabaja en una autovacuna experimental contra el cáncer, enfermedad crónica degenerativa que implica un descontrol en la multiplicación de las células y la responsable del 21% de las muertes anuales en el mundo.

El revuelo por la filtración de la información acaparó la atención de medios, especialistas y pacientes. Su nieta Kika acababa de llegar de Estados Unidos y se unió al grupo de trabajo.

El tratamiento se basa en la combinación de células cancerígenas procesadas e inactivas del paciente, junto con el BCG. “Al aplicarla hemos notado una estimulación inmunológica al organismo para localizar las células tumorales y, en algunos casos, neutralizarlas”, explicó Convit. En medio de críticas y aplausos, el estudio se ha llevado a cabo con un reducido grupo de pacientes en los que ha tenido resultados satisfactorios.

Pero desde el año pasado, el Instituto de Biomedicina ha extrañado la presencia de Convit, próximo a cumplir 99 años.

En mayo de 2011 fue sometido a una cirugía a estómago abierto por una úlcera perforada. Una intervención riesgosa para una persona de cualquier edad.

“El cirujano que lo operó, casualmente, es amigo mío y estaba muy preocupado. Me dijo que tenía miedo por su edad, pero ya a la semana el doctor Convit estaba en su casa”, cuenta Héctor De Lima.

Sin embargo, un mes después recibiría un golpe mucho mayor. Rafaela, su compañera de toda la vida, falleció a los 90 años producto de un enfisema pulmonar. “Creo que eso fue lo que más le pegó al doctor. Ellos eran el uno para el otro. Una pareja ejemplar. Él estaba muy pendiente de ella y ella de él”, señala De Lima.

Kika señala que su abuelo es poco asiduo a hablar de situaciones tristes, por lo que la muerte de su hijo y la de su esposa no son temas de conversación que salgan a flote. “El año pasado fue duro para mi abuelo. Mi abuela era una mujer muy astuta y lúcida. La que recordaba todas las fechas y acontecimientos de la familia. Sin embargo, mi abuelo ha aguantado y está fuerte”, dijo la nieta.

Jacinto continúa, desde su apartamento, firmando los documentos del instituto y reuniéndose con los investigadores para conocer los avances del instituto. Pero todos manejan la expectativa de verlo entrar nuevamente a la edificación con el culto a la sencillez, al respeto y al amor que lo caracterizan.
“Para mí es un santo. Nunca le ha cobrado a un paciente ni un céntimo. Al contrario, a veces les daba dinero a los de pocos recursos. Es un honor trabajar con él y haberlo conocido. No creo que vuelva a ver a otro como él, ni siquiera creo nazca alguien igual”, dijo Julio Urdaneta, fotógrafo del Instituto de Biomedicina.

Convit está en su apartamento, como lo ha dicho en otras oportunidades, el premio Nobel no le quita el sueño, la cura contra el cáncer sí.

“Dedicó cuerpo y alma a luchar contra la lepra. Tengo mucha fe en sus investigaciones. Si venció la lepra, seguro que lo hará con el cáncer”, dice Josefina Fernández, una de las pacientes de Cabo Blanco, de esos enfermos por los que Convit era capaz de ofuscarse ante un funcionario de seguridad sanitaria, como lo hizo ante aquella imagen del leproso encadenado que, gracias a Jacinto, ningún venezolano tendrá motivo de presenciar jamás.



domingo, 22 de abril de 2012

Podría ser que pronto se encuentre la cura del cáncer


Autor: José M. Ameliach N.
Fecha de publicación: 20/04/12




Un insigne médico venezolano se ha dedicado a su investigación. Este médico es una de las más importantes figuras mundiales en la lucha contra la Lepra y ha contribuido al conocimiento de muchas enfermedades infecciosas haciendo un notable aporte a la ciencia médica, lo que le valió ser postulado en 1988 al Premio Nobel de Medicina. El doctor Jacinto Convit García nace en la cuidad de Caracas el 11 de septiembre de 1913 y acaba de elaborar una vacuna contra el cáncer de seno, colon y estómago, que aun estando en fase experimental se ha observado es efectivo su tratamiento, el cual consiste en tres inyecciones cada seis semanas. En 1987 el Jacinto Convit recibió el premio Príncipe de Asturias por sus largos años en el estudio epidemiológico y en reconocimiento por haber descubierto la cura de la terrible enfermedad de la lepra. En el Instituto de Biomedicina del Hospital Vargas, Caracas, Venezuela, cuya dirección lleva el doctor Convit desde hace 40 años, podría estarse contando las horas al cáncer por medio de una vacuna cuya investigación es llevada a cabo bajo la dirección de este laureado galeno. La guerra contra el cáncer podría estarse ganando por un compuesto de tres elementos: Mutaciones de células cancerígenas, la vacuna BCG que comúnmente se utiliza para combatir la tuberculosis y un producto denominado Formalina. El doctor Jacinto Convit explica que se llegó a determinar la fórmula tomando como base aspectos teóricos y prácticos, como la inexistencia de efectos secundarios y el estímulo del sistema inmunológico, algo que según los estudios del Instituto de Biomedicina es fundamental para luchar contra el cáncer. Hasta ahora las primeras apariciones que ha tenido la vacuna en los medios han sido como la cura contra el cáncer de colon, estómago y seno, específicamente.



La vacuna funciona contra estos tres tipos de cáncer, hasta ahora. La investigación lleva ocho años en proceso logrando tratar a unos 53 pacientes, quienes actualmente se encuentran en buenas condiciones, lo que lleva a concluir que, al menos inicialmente, la vacuna está siendo efectiva. Sin embargo el doctor Convit destaca que la experiencia que se tiene sobre la actuación del medicamento y el tratamiento es relativamente nueva, por lo que se puede afirmar que las indagaciones son todavía prematuras. Son unos 36 los pacientes tratados contra el cáncer de seno, por lo que se podría afirmar que es en este tipo de cáncer en el que se tienen más resultados, los cuales, en esta fase inicial, han sido buenos. La gente que ha acudido al doctor Convit fue en parte enviada por oncólogos que siguen sus tratamientos y otros fueron por su propia cuenta. El destacado médico resalta que el avance de los estudios de esta enfermedad y su posible cura dependerá del número de pacientes que tengan. Si bien se tienen ciertas limitaciones técnicas se espera que esa cifra vaya aumentando progresivamente para así, además de conocer la verdadera efectividad de la vacuna a mediano y largo plazo, saber su desempeño al combatir otros tipos de cáncer. El medicamento es gratuito y cualquiera que desee afianzarse a esta nueva esperanza, y a su vez contribuir con la investigación, puede acercarse al Instituto de Biomedicina del Hospital Vargas de Caracas.



Cronología de la vida curricular del Dr. Jacinto Convit:
El 19 de septiembre de 1932 ingresa a la escuela de medicina de la Universidad Central de Venezuela. En septiembre de 1937 recibe el título de Bachiller en Filosofía, optando enseguida por el título de Doctor en Ciencias Médicas.

Entre 1940 y 1943, paralelamente a su cargo en la leprosería, trabaja como director ad honorem de la Cruz Roja, seccional La Guaira, lo que le permite tener una vivencia más amplia de la clínica médica. En 1945, Convit es enviado por el Ministerio de Sanidad al Brasil, para observar los servicios antileprosos de ese país. Allí encontró 35.000 enfermos de lepra.

Director del Centro Colaborador para Referencia e Investigación en Identificación Histológica y Clasificación de la Lepra (OMS)

Premio José Gregorio Hernández, en 1955 y 1980

Medalla Federación Médica Venezolana: 1987

Miembro del Sistema de Promoción del Investigador desde 1994

Recibió la medalla "Salud para todos en el año 2000", de la Organización Panamericana de la Salud, y el premio Príncipe de Asturias.


joseameliach@hotmail.com






miércoles, 28 de diciembre de 2011

Dr. Jacinto Convit

domingo, 6 de noviembre de 2011

El Dr. Jacinto Convit y sus vacunas

Max Römer Pieretti





De vez en cuando es bueno vanagloriarse de tener gente buena entre los venezolanos. Más allá de la política -de la que escribimos siempre en este blog- hoy vamos con el aplauso por delante para Convit y sus vacunas.



No es un aplauso por las últimas del cáncer, sino por todas las que ha desarrollado por la vida entregada a su pasión, la investigación médica.


Debo compartir que estas líneas son sentidas y sinceras. Conocí al Dr. Jacinto Convit por haberlo entrevistado largamente para escribir un guión sobre su vida y obra, oportunidad que me dejó el grato sabor de conocer a la gente buena de esa ciencia silenciosa, esa del hacer diario sin mirar atrás mas que la salud que se otorgará ese nuevo día, luego fui su paciente.


Vacunas lleva las de la lepra y las del cáncer de seno, colon y estómago. Poca cosa dirían algunos del ámbito de las políticas públicas, pero mucho en el avance de la ciencia y mucho más en la procura de la simpleza que pretende como paga, una sonrisa.


Este prohombre, merece el reconocimiento universal por su labor y por el mejor ejemplo contra los achaques porque tiene una edad de esas que asombran, 96 años. Si se hubiese apegado a las normas de jubilación, desde hace 30 años estaría en su casa viendo la televisión sin aportar nada. Mas como batallador, asiste a su puesto de trabajo en el Hospital Vargas sin que medien asuntos políticos, sólo la necesidad de búsqueda de su sapiencia clínica, para alcanzar mejoría.


Convit no ha pretendido jamás reconocimientos, ni necesita ropajes para hacer su trabajo. Se inoculó de salpicaduras de vida para que creciera el virus de la bondad dentro de sí y se vacunó para le resbale lo fútil, lo superficial. Un médico que ha devuelto al país la formación recibida, la confianza depositada y la oportunidad de construir.


Ya es la segunda vez que se le postula para el Premio Nobel de Medicina. Seguramente le gustaría recibirlo, y lo merece sin duda, pero si hay algo que le gusta a este hombre sencillo, coleccionista de cachicamos de juguete, madera, semillas, metales, es saberse útil y eso, Dr. Convit lo hace con creces.


¡Gracias!














romer.max@gmail.com

sábado, 10 de septiembre de 2011

Dr. Jacinto Convit cumple 98 años


El doctor e investigador Jacinto Convit celebrará este domingo 11 de septiembre su cumpleaños 98, mientras continúa el desarrollo del Modelo Experimental de Inmunoterapia del Cáncer en el Servicio Autónomo Instituto de Biomedicina, donde labora junto a un grupo de colaboradores.



En la lucha
Desde hace cinco años, el doctor Convit desarrolla un tratamiento experimental con inmunoterapia, que podría representar una nueva posibilidad de tratamiento curativo (no preventivo) del cáncer, el cual se en-cuentra en fase de estudio y que parte de las células tumorales del mismo paciente, que se asocia con BCG y formalina. 

A pesar de su edad, Jacinto Convit dirige el Instituto de Biomedicina, el cual fundó hace más de 25 años, y está a la vanguardia de la investigación en el área de la dermatología, especialmente en lo relativo a lpadecimientos como Lepra, Leishmaniasis, Oncocer-cosis, Tuberculosis, Parasi-tosis Intestinales, Diarreas infantiles, Micosis y otras afecciones.

Adicional
Más de 72 años de experiencia profesional dedicada a la nación sudamericana.

En Marzo de este año el reconocido investigador recibió la insignia de Oficial de la Orden de la Legión de Honor por parte del embajador de Francia en Venezuela, Jean-Marc Laforet.

lunes, 1 de agosto de 2011

“La lección más grande de la vida es hacer el bien a los que sufren”

Entrevista: Jacinto Convit
Por: Randolfo Blanco




La historia de Jacinto Convit inició un 11 de septiembre de 1913 en Caracas. Estudió hasta alcanzar en 1938 el título de Doctor en Ciencias Médicas. Justo ese año marcó el antes y después de este grandioso médico cuando entró como residente en la Leprosería de Cabo Blanco, experiencia que lo motivó a buscar la cura para la milenaria enfermedad de la lepra.


Sus recientes investigaciones para curar varios tipos de cáncer lo volvieron a colocar en el huracán de la opinión pública. El mundo y en especial los venezolanos querían saber que tan cierto era esta nueva noticia. Esto desató una avalancha de informaciones entre los que apoyan y se oponen al trabajo de este reconocido científico.



Su interés no es la fama ni el reconocimiento público por lo que recientemente muy poco ha accedido conceder entrevistas a los medios. Sin embargo, tras los continuos esfuerzos del equipo editorial finalmente logramos conversar vía telefónica con Convit, pues, para este descubridor lo más importante en el momento es dedicarse de lleno a su investigación y dejar un legado en el campo de la medicina que pueda favorecer a miles de personas en el mundo.

 
Aprender a hacerle el bien al que sufre, es darle una nueva oportunidad en la vida, y es esta premisa el más grande motor que mueve a Jacinto Convit. Recuerda como su cuerpo se estremeció el día que entró a Cabo Blanco y fue testigo de cómo aquellos contagiados con lepra habían perdido su derecho a ser tratados como seres humanos. “Las condiciones de la leprosería eran lamentables, estaba concebida para realizar el aislamiento compulsivo de enfermos provenientes de toda la geografía”


Esta experiencia marcó en adelante su labor. Desde ese momento el recién graduado médico y otros ocho estudiantes unieron esfuerzos para buscar una cura contra esta enfermedad. Finalmente el trabajo dio frutos cuando las prácticas realizadas hasta entonces, sirvieron como base para el desarrollo de la Poliquimioterapia de la lepra, tratamiento que todavía difunde la Organización Mundial de la Salud en todos los países endémicos.



Sin embargo, el mayor orgullo de Convit no es la vacuna sino haber logrado que se eliminaran las leproserías y que cambiara con esto, el trato al enfermo que hasta el momento había sido aislado y menospreciado. Venezuela fue la primera nación en el mundo en mostrar que la dignidad del ser humano enfermo de lepra debe ser preservada. “Mi motivación siempre ha sido hacer el bien a los semejantes, es lo que persigo, no persigo dinero”.

Asegura que de sus 97 años ha dedicado gran parte a estudiar. “Estamos haciendo el bien a las personas, y todavía falta mucho por investigar y estudiar”. Por ello no en vano ha logrado significativos avances para curar dos de las más importantes enfermedades que hicieron su aparición hace milenios y que han mantenido a la humanidad en estado de agonía.



A la cura contra la lepra le siguió un tratamiento muy efectivo contra la Leishmaniasis y en los últimos 4 años se encuentra desarrollando una inmunoterapia contra el cáncer de mamas, colon, cerebro y estómago. El tratamiento contra estos cuatro tipos de cáncer está en su etapa experimental, pero ha mostrado resultados muy esperanzadores.



“No es una vacuna ya que se aplica a los pacientes que ya tienen la enfermedad, es un tratamiento que utiliza las mismas células tumorales del paciente para hacer una inmunoterapia personalizada, es decir que la autovacuna es diferente para cada paciente”.


¿Qué piensa de la formación universitaria?


Hay que modificarla de base. El estudiante debe aprender mucho de las cosas prácticas. Llama la atención como se dejan escapar muchas oportunidades, en especial la forma en cómo se debe tratar al enfermo, al paciente.



¿Y de la forma de impartir la formación en Venezuela?

 
Se ha mezclado mucho la politiquería en las universidades, hay gente de gobierno, de partidos políticos. La politiquería le ha hecho mucho daño a las universidades, está presente en casi todas las dependencias, no es aceptable que la Universidad sea campo de acción de partidos políticos. Eso hay que detenerlo, es muy importante que la universidad se dé cuenta de lo que está pasando.



¿Los actuales profesionales tienen ese sentido Humanista o se guían más por la necesidad de ganar dinero?


Hay muchos médicos que se han dejado llevar por sus propios intereses y los de las casas proveedoras, eso deteriora mucho al profesional.




¿Son necesarios los estudios, o la vida puedeenseñar más que los estudios?


Para mi es indiscutible, lo fundamental son los estudios. Hay cosas que se deben conseguir en la calle, hay conocimientos y experiencias personales o grupales que sólo se pueden aprender en la calle, pero el estudio te da la oportunidad del análisis, del desarrollo, lo contrario sería una vida mediocre, sin mayor importancia.



¿Qué consejo les daría a los jóvenes que prefieren trabajar a estudiar?


Están perdiendo la mejor oportunidad de su vida que es aprender. Trabajar sólo para conseguir dinero es vivir sin un verdadero objetivo.



El doctor Jacinto Covit ha ganado el cariño de sus pacientes y el respeto de la comunidad internacional. Ha recibido una gran cantidad de premios y reconocimientos entre los cuales está el premio Príncipe de Asturias en 1987, premio José Gregorio Hernández otorgado por la Academia Nacional de Medicina en 1988, los premios “Doctor Abrahan Horwitz” y “Alfred Soper” ambos otorgados por la Fundación Panamericana para la Salud y Educación en 1989 y 1991, Orden del Libertador entregada por el Ministerio de Relaciones Interiores en 1993, premio “Héroe de la Salud Pública de las Américas” concedido por la Organización Panamericana de la Salud en 2002.



En 1988 fue postulado para el premio Nobel de Medicina por sus estudios en contra de la lepra. Para este humilde investigador, Venezuela tiene la posibilidad de alcanzar muchísimos otros reconocimientos y premios internacionales pero el más grande de todos es conseguir hacer el bien al que sufre, filosofía de vida que lo ha motivado a lograr con ciencia lo que sólo había sido posible en los milagros de las citas bíblicas. Esta desinteresada vocación hacia su profesión y sus pacientes, con la que ha alcanzado ya casi un siglo de vida, posiblemente lo ubique en un futuro como el científico humanista que logró frenar una de las enfermedades más atroces que ha sufrido la humanidad: el cáncer.
Tiene 97años y lejos de pensar en descansar, este hombre, cuyo nombre se ha hecho popular en pocas semanas revolucionando el acontecer médico del país y extendiéndose a todos los campos como tema ineludible de conversación, asegura con voz sigilosa pero contundente que aún tiene mucho camino por recorrer.