viernes, 16 de mayo de 2014

Por más de 100 años la Isla de Providencia albergó a miles de leprosos del país: Hoy quedan 14 pacientes sanados por Convit

Tres kilómetros de largo y dos de ancho albergaron por más de un siglo a miles de enfermos con la enfermedad de Hansen, conocida como lepra, discriminados, marginados y excluidos por la sociedad. Se trata de la Isla de Providencia, uno de los dos leprocomios que existieron en el país, ubicado en el Lago de Maracaibo, a dos kilómetros en lancha de Maracaibo, estado Zulia.

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Historiadores afirman que el primer enfermo de lepra que se conoció en la entidad se llamó Domingo de la Vega, quien arribó a la ciudad tras una ola de inmigración en 1801, iniciando así la propagación de la bacteria.

Según información recopilada sobre los archivos oficiales de Providencia, para el año 1820 fue recluida toda una familia afectada por la enfermedad y llevada fuera de la ciudad para evitar el contagio de otras personas.

El 5 de septiembre de 1828, el Libertador Simón Bolívar oficializó mediante un Decreto la constitución de un hospital para leprosos, o lazareto, en el lugar inicialmente llamado Isla de Burro, después Isla de Mártires y finalmente Isla de Providencia.

En 1839 el Hospital de Lázaros contaba con nueve enfermos, y por Decreto del Gobernador de Providencia se inició la ampliación del mismo para permitir la reclusión de nuevos pacientes. Para el año 1843 el sitio contaba con salones para hombres y mujeres, comedor despensa, ropería y habitaciones con cocina.

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10 años más tarde el número de leprosos había aumentado de nueve a 36, sin embargo, en el año 1880 la falta de medicinas, comida, recursos para el aseo y ropa, generó un desmejoramiento de la disciplina de los pacientes, quienes desesperados intentaban escapar de Providencia, incluso nadando.

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Reinaldo Ocando, administrador del Hospital Cecilia Pimentel. Foto: Deivis Oviedo
Reinaldo Ocando llegó junto a otras 15 personas al lazareto en 1984, un año antes de su evacuación total. “Cuando llegué la isla tenía cementerio, biblioteca, iglesia, lugares para la diversión de los pacientes, casas, había de todo en cuanto a infraestructura, pero faltaban servicios”, relató Ocando, quien detalló que la electricidad era deficiente, las plantas generadoras de luz no servían y el agua potable estaba escasa.

Los enfermos realizaban laborterapias, que consistían en el tratamiento de su condición mediante el trabajo. Ocando explicó que a los pacientes se les entregaba la comida cruda y ellos se encargaban de cocinarla en sus hogares. “Cada quien tenía su casa, iban al depósito a buscar los alimentos que ellos mismos preparaban. De esa manera ellos se sentían útiles y se mantenían ocupados”, señaló.

Pisando tierra firme
El 22 de agosto de 1985, tras el logro del científico venezolano Jacinto Convit en su incansable cruzada contra la lepra, fueron trasladados a tierra firme todos los habitantes de Providencia. Esto como parte de su lucha ante el rechazo constante de la sociedad a quienes llevaban en su organismo la bacteria que dos años después fue derrotada por el hallazgo más brillante en los 100 años de vida de Convit:  la vacuna que permitiría la cura y prevención de la enfermedad.

La leprosería de Cabo Blanco, en Maiquetía, estado Vargas, también fue cerrada y a su vez fueron abiertos centros de servicios antileprosos, lo que convirtió a Venezuela en el primer país del mundo en lograr la hazaña.

“Nos trasladaron a todos, al personal administrativo, médico, de servicio y a los pacientes a Palito Blanco, en total éramos como 180 personas”, explicó Ocando y a su vez describió al Hospital Dermatovenerológico Cecilia Pimentel, en el sector Palito Blanco, municipio Jesús Enrique Lossada, como un “hotel cinco estrellas”.

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Por más de 100 años la Isla de Providencia albergó a miles de leprosos del país: Hoy quedan 14 pacientes sanados por Convit

Johanna Luzardo, directora del Hospital Cecilia Pimentel.
El nuevo centro de salud tenía una capacidad para 200 camas, todas las comodidades y servicios, y aunque algunos al principio rechazaron el cambio, luego aprendieron a valorar las comodidades.

Al Cecilia Pimentel llegaron 87 pacientes, siendo estos los únicos, pues no se han registrado nuevos ingresos. En la actualidad solo quedan 14: 11 hombres y tres mujeres.

El paciente con mayor edad tiene 85 años, mientras que el más joven ya cumplió 54, explicó la directora del centro asistencial, Johanna Luzardo.

Luzardo aseguró que ninguna de las personas que fueron trasladadas desde la Isla de Providencia es infecciosa. “Están dados de alta, solo que están aquí porque  no tienen a ningún familiar con quien irse. Ellos viven cómodos aquí, esta es su casa y esa fue la promesa que se les hizo al traerlos”, reafirmó.


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“Hubo pacientes que no quisieron venirse y fueron reclamados por sus familiares, otros fueron olvidados, pero aquí los adoptamos y convivimos como una familia”, agregó el administrador del hospital, quien además señaló que 12 de ellos recibieron empleo.

Tal es el caso de Pedro Laya, de 79 años, quien fue jubilado luego de trabajar durante dos décadas en la Gobernación de la entidad. Oriundo de San Fernando de Apure, estado Apure, Laya adquirió la bacteria de la lepra cuando tenía 14 años.

A partir de ese momento fue rechazado incluso por sus familiares, lo que lo llevó a pasar dos años escondido entre los matorrales para evitar ser llevado a un leprocomio.

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Pedro Laya, paciente del hospital Cecilia Pimentel.
“En ese tiempo se decía que a los leprosos había que montarlos en una balsa para que el mar se los tragara. Yo tenía mucho miedo, pero llegó un momento en el que no aguantaba y le dije a mi hermano que me llevara a Sanidad”, contó Pedro, haciendo gestos con sus manos deformes que demuestran las secuelas de la enfermedad.

De Sanidad lo remitieron al Hospital Vargas, en Caracas, donde conoció a Jacinto Convit. “Eso fue en 1983, Convit me puso un lote de vacunas en la espalda y en todos lados, me dio una caja de comida y los pasajes de avión para irme a Maracaibo”, relató Laya.
El hombre, de 27 años en ese entonces, viajó hasta Maracaibo en autobús, tras rechazar la generosidad del científico a causa del miedo. De allí fue llevado a Providencia y posteriormente al Hospital Cecilia Pimentel.
“Llegué ‘acongoja’o’ a la isla, no conocía nada ni a nadie. Al llegar, a uno lo metían en un pabelloncito para locos y a mí me rechazaron porque decían que iba sano, no parecía que tenía lepra”, narró Pedro, quien hoy vive con su esposa, Francisca González, una mujer sana de quien se enamoró mientras trabajaba para ganar un bolívar diario.

“Yo me casé de verdad”
Enfermeras, milicianos, personal administrativo, pero sobre todo quienes hoy curados compartieron la etapa más difícil de sus vidas, lloran, velan y entierran a cada miembro que muere en la  familia que se ha conformado desde hace 28 años en el Cecilia Pimentel.

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Juanita Pérez, paciente del Hospital Cecilia Pimentel.
Hace un mes ocurrió el deceso de Jairo Portillo, esposo de Juanita Yépez, una mujer de estatura pequeña pero con un carácter enérgico, quien llegó al hospital Cecilia Pimentel trasladada del Centro Dermatológico Sanitario Dr. Martín Vegas, en Catia La Mar, estado Vargas.

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“Me diagnosticaron con lepra cuando salí del colegio, yo estudiaba en la Casa Hogar de Niñas Ciegas en El Junquito y fui paciente del doctor Convit hasta que salí negativa en los exámenes”, relató emocionada Juanita, como es conocida por todos en el hospital.

A los 39 años y en el Martín Vegas conoció a quien fue su esposo por 28 años: “Yo me casé de verdad, no fue de mentirita como dicen por ahí, y a los dos nos trajeron al Zulia para que viviéramos juntos aquí también. A él yo le hacía de todo, limpiaba, hacía la comida, era una esposa ejemplar”, enfatizó la mujer de cabello largo trenzado.

“A veces muero y vuelvo a vivir”
Paulo Hernández nació en Cumaná, estado Sucre. No sabe qué edad tiene, aunque calcula que hace poco cumplió “setenta y pico”, a los 28 fue diagnosticado con la enfermedad de Hansen y lleva 28 años viviendo en el hospital.
Sentado sobre una silla de ruedas que utiliza para movilizarse de un lado a otro desde que fueron amputadas sus piernas, Paulo recuerda que fue trasladado en ambulancia a Palito Blanco.
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 Por más de 100 años la Isla de Providencia albergó a miles de leprosos del país: Hoy quedan 14 pacientes sanados por Convit

Paulo Hernández, paciente del Hospital Cecilia Pimentel.
“Yo tenía piernas cuando me trajeron, pero me costaba caminar, por eso me trajeron en ambulancia, sentado. A veces me muero y vuelvo a vivir, porque a pesar de todo yo quiero vivir y estoy curado (…) después de todo lo que pasé no creo que viva algo peor”, reflexionó Hernández.

¿Qué pasará con el hospital cuando el último de los pacientes muera?, es una pregunta incómoda y difícil de responder para quienes allí hacen vida, pues no imaginan el futuro del lugar que ha albergado por casi tres décadas a quienes alguna vez fueron marginados.

Margarita Fernández tiene 20 años trabajando como enfermera en el Cecilia Pimentel. Ha lidiado con los pacientes y compartido fechas importantes, algunas tristes y otras felices, según ella misma explicó.

“Me ha ido muy bien aquí.  Hemos pasado Navidad y año nuevo juntos, nos reunimos, hacemos comida y cantamos. También pasamos necesidades, no hay ropa ni ambulancia, pero debemos superar las dificultades”, expresó Fernández, quien vive en Maracaibo.

Los directivos del centro asistencial han presentado propuestas a las autoridades regionales en materia de infraestructura y salud para la ejecución de un proyecto de reacondicionamiento del lugar para su posterior transformación en un hospital general.

“Desde hace varios años acá se ofrecen consultas a la comunidad, también tenemos un servicio de emergencia, pero queremos que este hospital sea referencia en el municipio y la entidad”, señaló Johanna Luzardo, su directora.

Durante el día más de 80 personas de los sectores aledaños son examinados por médicos en el área de psiquiatría, ginecología, dermatología, consulta prenatal y planificación familiar; por la noche, los 14 pacientes descansan en sus habitaciones y reflexionan sobre la oportunidad que les brinda la vida a diario de agradecer a su ángel, el doctor Jacinto Convit, por crear su antídoto bendito.



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lunes, 12 de mayo de 2014

Ha fallecido el Dr. Jacinto Convit

Jacinto Convit, "Héroe de la Salud Pública"

Caracas, Venezuela, edad 100


El Dr. Jacinto Convit falleció el 12 de Mayo de 2014, pocos meses antes de cumplir 101 años, en su casa en Caracas.

El Dr. Convit, a quien la Organización Panamericana de la Salud con sede en Washington DC designó "Héroe de la Salud Pública" en 2002, fue un especialista de renombre mundial en la lepra (enfermedad de Hansen) y enfermedades tropicales. Su trabajo en el Instituto de Biomedicina (modificado recientemente a la denominación Instituto de Biomedicina Dr. Jacinto Convit), que fundó en 1972, dio como resultado el desarrollo de un modelo experimental para la lepra. El trabajo en el desarrollo de una vacuna para la prevención y cura de la lepra, sirvió de base para la inmunoterapia de la leishmaniasis. Estas investigaciones llevaron a que en 1988, el Gobierno de Venezuela hiciera las gestiones para llevar su nominación al Premio Nobel de Medicina. El Dr. Convit fue Director del Centro de Colaboración de Referencia e Investigación de Detección Histológica y Clasificación de la Lepra de la Organización Mundial de la Salud. En 1987, España lo distinguió con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica por su dedicación e investigación sobre la prevención y tratamiento de la lepra, leishmaniasis, oncocercosis, micosis y otras enfermedades que afectan a América Latina. Entre los muchos honores y premios que le fueron conferidos por numerosos países, destaca la Orden de la Legión de Honor Nacional de Francia en el 2011.

La trayectoria del Dr. Convit transcurrió activamente por más de setenta y cinco años. En sus inicios, se sintió atraído por la investigación que lo llevó a estudiar las condiciones médicas de los pacientes en regiones remotas de Venezuela, accesibles únicamente a caballo y mula a través de los senderos de Los Andes, y posteriormente entre los pueblos indígenas de la selva amazónica y el Delta del Orinoco. Se esforzó para que los frutos de sus investigaciones aliviaran las vidas difíciles de las poblaciones afectadas por las enfermedades que entonces tenían poco o ningún tratamiento.

Reconoció la necesidad de establecer un centro de investigación en Venezuela dedicado a la investigación de patógenos tropicales y al desarrollo de tratamientos y prevención. A tal fin, buscó contactos internacionales y desarrolló su propio conocimiento científico a través de diversas asociaciones y obras. En 1962, ocupó la cátedra de Enfermedades Tropicales en la Universidad de Stanford (Palo Alto, California) como Profesor Invitado. Luego, ocupó un puesto similar durante un año en el Hospital Jackson Memorial de la Universidad de Miami (Florida).

De regreso a Caracas, fundó el Instituto de Biomedicina que atrajo a investigadores clínicos internacionales, médicos y científicos venezolanos. A lo largo de su vida profesional publicó más de 345 trabajos científicos, entre otros artículos, de los cuales su más reciente fue publicado en el 2013 a la edad de 100 años. En los últimos años de su carrera, el Dr. Convit se centró en emplear los mismos métodos sencillos que había utilizado en la inmunoterapia de la enfermedad de Hansen, para desarrollar una autovacuna para el tratamiento de algunos tipos de cáncer. Su obra perdura en parte gracias a los esfuerzos de la Fundación Jacinto Convit creada hace pocos años.

Durante varias décadas, el Dr. Convit fue galardonado decenas de veces. Aunque recibió muchos honores, era conocido por su modestia y su humildad en reconocer el trabajo realizado por otros en laboratorios alrededor del mundo. Colaboró con los investigadores del Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de EE.UU. en Washington, D.C. como también en universidades en los Estados Unidos, Europa y América Latina.

El Dr. Convit nació en La Pastora, Caracas, en 1913. Era hijo de españoles, su padre de Barcelona y su madre de las Islas Canarias. Obtuvo su título de Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad Central de Venezuela en 1938 y fue Investigador Asociado de la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1944-45 y la Case Western Reserve, Ohio, en 1945.

En 1946 se casó con Rafaela Marotta, de Caracas e italiana de origen, con quien tuvo cuatro hijos de los cuales viven Francisco Convit, empresario radicado en Caracas, el Dr. Rafael J. Convit, cirujano plástico en Washington D.C. y el Dr. Antonio Convit, profesor e investigador de la Universidad de Nueva York en la ciudad de Nueva York. Su hijo Oscar falleció en 1978 y su esposa en el año 2011. También viven su hermano René en Venezuela además de muchos nietos, bisnietos, sobrinos y sobrinas. Aún con más de 80 años, su esposa lo acompañaba y asistía en sus viajes de investigación para atender a los pacientes en zonas remotas.

Por décadas, participó regularmente en simposios internacionales alrededor del mundo, y fue especialmente activo en la Organización Panamericana de la Salud, afiliada a la Organización Mundial de la Salud, que lo nombró Héroe de la Salud Pública por su proyecto de vida durante la celebración del centenario de esa organización en el 2002. El Dr. Convit se convirtió en un héroe popular en Venezuela por su dedicación a los pobres desatendidos y pacientes con condiciones médicas desafiantes o temidas. Durante toda su carrera como médico, el Dr. Convit nunca cobró a sus pacientes. Fue invitado frecuentemente a ser el padrino de promoción de los graduandos en medicina en toda Venezuela. En estas ocasiones ofrecía un discurso a los médicos recién graduados, en el que siempre alentaba la investigación, el acceso universal a la atención médica, y la importancia de la buena alimentación y el ejercicio para la prevención de enfermedades.

"Los sentimientos de amor hacia el ser humano estimulan la vocación de servicio, que no es otra cosa que un profundo amor a la vida. La profesión médica no es una profesión para dedicarse a producir dinero. El que abraza esta profesión, tiene que tener un convencimiento profundo de que es un servidor público, en todo sentido" Jacinto Convit.